"Hasta después de la muerte te tengo que estar queriendo que muerto también se quiere; yo te quiero con el alma y el alma nunca se muere." (fandango)
las cosas no siempre son lo que te parece...
domingo, 13 de marzo de 2011
La Casa del Reposo de los Sueños/3
Esto, No Es lo que Parece ¿O Sí…?
“Una imagen cuenta tanto o más que un millón de palabras… fíjate bien, a veces, un hecho no necesita más explicación que un gesto para quedar revelado. Y la vida, está llena de ellos, para compensar, tal vez, lo mucho que callamos” Esto, me lo dijo alguna vez mi abuelo, -hombre observador y callado-. Cuando le preguntaba, yo, si no se aburría., estando tanto tiempo sentado y mirando, una parte del mundo, desde la ventana.
No imaginaba, que pasado mucho, mucho tiempo, el destino me brindaría la oportunidad de sufrir una experiencia demostrativa y práctica que me harían recordar aquellas sabias palabras…
Cuando recuerdo cómo terminó aquella aventura; en principio: divertida, romántica y excitante; todas las emociones satisfactorias que me proporcionó, se esconden, cual cómplices, temerosos, de ser acusados de un delito, dejando, en su lugar, una intranquilidad, culpable, a lo largo y ancho de mi cuerpo.
Él y yo, jamás cruzamos una sola palabra. Ni un buenos días, ni un adiós, ni… Ni siquiera, llegamos a rozarnos, a pesar de haber caminado tan cerca, uno del otro, como para llenarnos interna y mutuamente, de sensaciones, oxígeno y venenos, compartidos.
Aún recuerdo muy bien su particular olor. ¡Me encantaba aquél aroma! Recuerdo, que pasé muchos ratos en distintas perfumerías probando infinitas esencias masculinas ¡Buscando la suya! Y un día, por fin, di con ella. La compré y me fui directa al despacho de Rogelio… Le conté, controlando mi excitación, que fui a por su fragancia –que le quedaba poco en el frasco- y que,
la chica que me atendió, me había ofrecido esa otra, que estaba en promoción y era buenísima.
“Pero no te preocupes, si no te gusta me la quedo para mí… ¡Me ha encantado!” –Le dije.
“No hace falta, a mí también me gusta… Y, además, que te guste a ti, es importante en las distancias cortas ¿no? ”
“Infinitamente, querido” –Respondí riendo su broma-
Me sentí algo perversa pero ¡Cómo disfruté aquél momento!
Nuestra aventura, se desarrolló en el espacio invisible de los sueños y deseos –entre miradas y alguna sonrisa. No existió nada más… Y nada menos -¡Tan intenso fue!-
Cuando le recuerdo, aún siento aquella sensación excitante y agradable, acompañada de un tremendo pellizco en la boca del estómago, que nunca antes había vivido.
Le vi por primera vez, camino del colegio. Yo, acompañaba a mi hijo, cargando; sobre mi hombro izquierdo, el tremendo peso de su mochila azul. Él, también llevaba al suyo; que podía ser, unos tres años menor que el mío. Iban caminando muy lentos y les pasamos. Llegamos pronto a la puerta del colegio, aún no habían abierto; y, aunque mi hijo se fue a charlar con sus amigos, a mí me gustaba esperar hasta que le veía entrar sano y salvo –tenía esa manía-. Él, y su hijo llegaron, casi, detrás de nosotros “estos, han acelerado su paseo matinal” - pensé con guasa.
Noté que me miraba insistente y que cuando creía que iba a mirarle disimulaba. Cuando abrieron y entraron los niños, nos fuimos de allí. ¿Juntos? Eso parecía…Se puso a mi lado en cada semáforo e iba solo dos pasos más atrás de mí. Así, hasta llegar a donde había dejado aparcado el coche.
Era más joven que yo, mucho más. Creo que, aún estaba en los treintaytantos y a una distancia respetable de los cuarenta. Yo, por mi parte, ya había cumplido los cincuenta y dos. Pero se notaba a la legua que no lo había notado. No creo que ningún hombre de esa edad, se embobe y se atreva, aunque solo fuera por respeto, con una cincuentona, a sabiendas…
Aunque yo, me sentía bien en mi piel y siempre me daba un notable en aspecto y estado físico; que un hombre tan joven –y buenorro- quedase prendado y enganchado de mí, en tal manera, me inyectó en vena una bomba de crédito personal ¡Me sentí genial todo el día!
Por la tarde, le tocaba a mi marido recoger al niño del colegio. Y, aunque aquél día había fantaseado con la idea de verle de nuevo, a la mañana siguiente, lo había olvidado por completo, hasta que… Hasta que le vi bajar del coche, un par de metros antes de llegar a su altura. Me miró sin disimulo y se fue al maletero a sacar la mochila de su hijo. ¡Dios! El corazón se me puso a cien “¡Pero qué te pasa Maru, si es un niñato!” –pensé-
Él, hizo tiempo hasta que pasamos y, entonces, se incorporó, como el día anterior, dos o tres pasos más atrás. Cuando dejamos a los niños y volvíamos, lo hizo igual que el día anterior. Cuando se ponía a mi lado en los semáforos, podía sentir su calor; y, una cálida sensación me recorría, embargando y extremeciendo todo mi ser…
Pasaron días, semanas, meses… Y todos los días lo mismo. Aquél estado de cosas, se convirtió en una rutina encantadora y deseada. Solo cambiaba si me paraba a comprar tabaco. Entonces, él, esperaba junto a su coche para verme pasar y seguirme con la mirada. Lo sé, porque más de una vez me volví a comprobar si se habría ido o me miraba, y allí seguía, siguiéndome con sus ojos, hasta ver cómo desaparecía en la vuelta de la esquina.
En alguna ocasión, también, entraba a tomar café con algunas madres de los compañeros de mi hijo… Entonces, él, también entraba a la cafetería. Buscaba un sitio frente a mí y se quedaba allí, tomando un café e intentando, -tal como yo- coincidir y pescar alguna mirada para sonreírnos y adorarnos tontamente, ante todos, siendo invisible, para el resto del mundo, esa realidad.
Ambos, podíamos presentir, que disfrutábamos aquellos momentos, como si fueran la cosa más extraordinaria, natural y especial del mundo. Nos adivinábamos, mutuamente, felices, como niños que no se cansan de su juego favorito… En una de aquellas ocasiones, recuerdo que le miré mientras pensaba: “Llegarás tarde al trabajo” y pareciera que lo entendió porque me miró sonriente y tranquilo como diciendo: “¡Y qué nos importa!”
Un día, paseando, no pude más y se lo conté todo a una íntima amiga… Reflexionamos juntas.
Ella, me recordó por qué se había divorciado. Se había enterado de que su marido tenía una aventura y no pudo perdonarle.
Me dijo: “¿Necesitas una aventura? Puedo presentarte a varios hombres, que no te crearan problema… y te dejo mi casa si quieres. Pero olvida todo esto, desaparece de la vista de ese chico ¡olvídale y permite que te olvide!”
“¡Pero qué dices…! ¿Estás loca? Yo quiero a Rogelio, jamás le haría algo así… con nadie ¿Entiendes..? Con él tampoco!” le dije escandalizada
Ella, muy seria, dijo: “Pues, no sé si te das cuenta, pero; estás jugando con fuego”
Y tenía razón, lo sentí en el preciso momento en que le había dicho un segundo antes: “Con él tampoco”
“Con él, él, él” me repetía internamente… sintiéndolo como alguien especial, importante… no como ese desconocido y extraño que era realmente. Pero ¿Qué o quien era él? Y, lo importante no era quién fuera él, sino lo que significaba en mi vida… Mi amiga fue clara, quería que me diera cuenta del camino peligroso que había emprendido.
“No todas las drogas cuestan dinero; pero todas, se acaban pagando muy caras… Todas tienen efectos secundarios graves, así como contraindicaciones, cariño” Terminó diciéndome.
Aquél día, comprendí que, efectivamente aquello, se estaba convirtiendo en una droga peligrosa para mí. Decidí terminar con esa situación, “con él…”
Me inventé mil excusas con mi marido y, un día por otro, tuvo que encargarse de llevar el niño al colegio cada mañana y, recogerlo, cada tarde.
Y así, hasta que llegó el final de aquél curso y el día de la fiesta a la que solíamos acompañar, cada año, al niño, tanto Rogelio, como yo. Pero en esta ocasión, mi marido, tenía una reunión importante y no podía acompañarnos…
A media mañana, aquél día... ¡íbamos tan contentos camino del colegio!... Mi hijo, estaba muy dicharachero, no paraba de hablar. Iba vestido para la ocasión; de mago, pues tenía que participar en una obra de teatro, junto a sus compañeros de curso. Yo estaba muy entretenida y disfrutando de su charla, hasta que… Hasta que vi, un par de metros por delante de nosotros, su coche y cómo salía de él una mujer, su hijo y él mismo, que … que como no me esperaba, al verme se quedó como tonto, se le cayeron las llaves de la mano y siguió como pasmado, mirándome con los ojos abiertos como platos. Naturalmente, la mujer, se dio cuenta de que algo raro le pasaba a su marido y enseguida se giró a ver qué le trastornaba de aquella manera. Al vernos solo, a mi hijo y a mí, se quedó incrédula y sorprendida e interrogante, miró al marido como diciendo “¿Ocurre algo que yo no sepa, querido?” Él, disimuló como pudo y se agachó a recoger las llaves… Yo, pasé, de largo, prestando mucha atención a mi hijo e intentando que no se notara mi nerviosismo.
Ya en el colegio, entre actuación y actuación salí del salón a tomar aire al patio, buscando tranquilizarme y convenciéndome de que no había pasado nada. Cuando me volvía, dispuesta a entrar de nuevo, otra mujer –la mujer de él- había salido y venía directa hacia mí. “Menudo par tiene esta chica, prepárate, Maruja” pensé
Ella, tranquila y decidida, me pidió un momento para hablar. No se andó por las ramas y fue muy directa. Me contó que había presentido, con lo sucedido un rato antes, que su marido le ocultaba algo y que yo tenía que ver con ello. Pero que él, lo negaba rotundamente. Y me suplicaba, por favor, que yo la mirara directa a los ojos y le contara la verdad de mujer a mujer, fuese cual fuese.
Yo, tal como ella me pidió, la miré directamente a la cara y le dije que entendía cómo se había sentido, que yo también me había sentido confundida y sorprendida con el comportamiento de su marido… que no entendía nada y me había hecho sentir muy mal. Que solo le conocía de vista, como a muchos otros padres; que ni siquiera habíamos cruzado alguna vez un “buenos días o adiós”.
“Entiendo cómo se siente usted… En su lugar, me hubiera pasado igual. Pero puede quedarse totalmente tranquila, créame: Lo que ha visto, no es lo que parece” Terminé diciéndole.
Han pasado dos años de todo aquello. No volví verles nunca más, a ninguno de los tres… Supuse que habrían cambiado, al niño, de centro escolar, cosa, que me dejó mucho más tranquila y con tiempo para ir olvidando, todo, en paz.
Y, ya creía que todo era un recuerdo más para mi historia. Pero; hace dos meses, recibí una invitación para asistir a una exposición, que se hacía en memoria y homenaje de un joven pintor, que había fallecido, recientemente, como consecuencia de un triste accidente de tráfico. Eso, era lo que se podía leer en un apartado de la invitación. Y en una nota adjunta, la esposa del artista. Que era la que personalmente me invitaba, rogaba, encarecidamente, mi asistencia el día de la inauguración.
Pensé que se trataba de alguna confusión, pues no me sonaba de nada el nombre de su esposo ni el de ella… A pesar de todo, decidí asistir. Incluso, le comenté a Rogelio, si le parecía bien que comprase alguna de las obras, si me gustaba y estaba dentro de nuestras posibilidades económicas. Como le pareció buena idea, el día de la fecha señalada para el evento, me dirigí allí toda ilusionada y dispuesta a señalar una obra, si se presentaba la oportunidad…
Me impresionó ver tantísima gente, la verdad… Casi no me podía mover entre tantos invitados. Poco a poco, con trabajo, fui viendo los cuadros y me fui desinflando, -aquellas obras no estaban a mi alcance, seguro- pensaba. Eran extraordinarias, ¡estaba impresionada! De pronto, en el centro de la sala descubrí que una de las obras estaba cubierta. Ya iba a preguntar, cuando se armó un gran revuelo. Oí que decían que la viuda iba a compartir unas palabras y a descubrir la obra oculta por el paño… Vi salir del tumulto, a una joven y atractiva mujer, cuya cara, me sonaba mucho, pero era incapaz de relacionarla con algo o alguien conocido. Dijo muy pocas palabras, solo quiso resaltar que, su marido, estuviera donde estuviera estaría feliz de ver cumplido su último deseo, que no era otro que hacer llegar al puerto deseado, una obra muy especial para él… La obra en cuestión se llamaba:“Tras Sus Pasos” y no era otra que: Se volvió y apartó el paño que cubría una obra de unos dos metros de alto por uno y medio de ancho más o menos y… Y, en el cuadro, se podía ver de espaldas,a una madre con su hijo de la mano, por la calle, camino del colegio. Ella, llevaba colgada del hombro izquierdo una pesada mochila de color azul…
Después de los aplausos, la mujer vino hacia mí… Me agradeció que hubiera ido y me dijo que su marido le pidió que me entregara esa obra, que de haber podido hubiera querido entregarme él. Yo, no sabía qué decir… “¿Sabe?” me dijo en aquél preciso momento: “Hoy, ha puesto usted la misma cara, que puso él aquél día ¿Recuerda?” "Dígame: ¿Sigue pensando que, esto, no es lo que parece?"
Yo, fuí incapaz de articular una sola palabra.
Me dijo que pronto tendría la obra en casa, se dio la vuelta y se alejó sin más…
“Desde ese día, no estoy en mí… Tengo rota el alma. Es como si me sintiera responsable, tanto, de la muerte de él, como de la amargura de su esposa…
“Por eso he venido aquí, a esta casa de reposo. Necesito ayuda para comprender, para aceptar y para olvidar, si es posible”
“La de la mochila azul”
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