las cosas no siempre son lo que te parece...

miércoles, 9 de febrero de 2011

La Casa del Reposo de los Sueños/2


Tenía los ojos azules y una mirada tan cálida como el mar Mediterráneo de su infancia. Era grande, muy grande y él lo sabía. Un día nos dijo:

“Por eso, por mi envergadura, ella, me dijo que era como un castillo donde se refugiaba la gente para defenderse de sus enemigos. -Desde hoy, tú eres mi castillo- Me dijo… Desde aquél día, no solo ella, sino todo el mundo comenzó a llamarme así: Castillo. Me sentí tan orgulloso que, yo mismo, olvidé mi nombre y acepté ese apodo, contento, sí señor, muy contento.”

Castillo, era un buen conversador, aunque solo hablaba si ibas a buscarle, en sus momentos de descanso. A sentarte un rato con él… Entonces, liaba un cigarro, lo prendía y te ofrecía una entrañable conversación al amor de su compañía; y de la lumbre si era invierno.

Le encontramos, hacia el final de un día frío, refugiado en un rincón de nuestra entrada, echado en el suelo, encogido y helado, Había bebido demasiado y estaba medio inconsciente… Aún no sé cómo pudimos levantarle a medias y meterle dentro de la casa.
Después de un par de días de reposo y alimento suave, parecía otro, pero; comprendimos que estaba necesitado, además, de otros cuidados. Cuidados en los que nosotros estábamos especializados. O, al menos, ese era el ideal o misión con el que fundamos La Casa del Reposo de los Sueños.


Él no tenía dinero, nos dijo:
“pero en poco tiempo, mis manos y voluntad, harán maravillas en este jardín, que no es que sea feo o triste, pero le falta la dedicación que yo puedo ofrecerle… Y, además, les prometo un huerto. Un huerto en el que criaré de todo, ya verán. Ya verán qué maravillas les ofrece esta tierra tan buena, después de tanto barbecho. De otras cosas no, pero de tierra, mar y trabajo entiendo ¡jajaja! sí… todo.

¿Saben? Jejeje, a ella le sembraba caramelos y algunas monedillas. Luego la mandaba a escarbar en el sitio indicado y ¡claro! jaja... No se imaginan la cara que ponía jaja Decía: -Castillo, eres grande-grande, y además, ¡sabes hacer magia! ¡Angelico mío! No sabía que la magia sí existía y era ella la que la hacía”

Tampoco, su amiguita se equivocaba, algo mágico tenía aquél trotamundos grandullón…

Castillo, se quedó en la casa y cumplió su promesa, no se equivocó ni con el jardín, ni con la tierra para el huerto; pero él tuvo mucho que ver con esas maravillas que junto a él todos disfrutamos…

Pero nosotros, aunque hicimos todo lo posible por curar su alma y suavizar su profundo dolor, no lo conseguimos.

Él siempre nos consolaba diciendo que solo se cura quien quiere y… y que él no quería:

- “Yo no quiero olvidar ¿Saben porqué? Porque en la vida se mezcla todo, lo malo y lo bueno, está junto. Tengo miedo de que arrancando la espina se salga lo mejor que guardo. Y tampoco es bueno olvidar lo malo porque de todo se aprende y olvidando, perdemos sabiduría”

- Puedo vivir con todo… Aunque haya días en que el dolor sea demasiado y entonces… Entonces, ya lo saben, me voy de putas y a emborrarme para olvidar, aunque solo sea por una noche.”

Era eso, exactamente lo que hacía ese alma de Dios. Una vez al mes, más o menos, dejaba sus ropas de jardinero, se vestía de “don juan” - Bien sabe Dios que lo parecía ¡Qué guapo era!- y salía de la casa a buscar un rato de locura, haciéndose pasar por otro.

Al día siguiente, bien entrado el medio día, volvía…demacrado, despeinado, con la ropa manchada, medio ebrio aún, intentando salvar, con sus manos en alto, una caja de pasteles y dando tumbos de un lado al otro…
Después de eso, cuando podía volver al trabajo, aún tardaba unos días en levantar la cara para mirarnos… Se moría de vergüenza. Eso parecía y eso nos contaba:

“Perdónenme me muero de la vergüenza”

Castillo, poco a poco nos había ido relatando cachitos de sus idas y venidas…

Sabíamos que se había criado sin madre:

“Cuando murió, yo tenía siete años. Mi madre era buena, se notaba cómo me quería y yo… Yo la adoraba…
Después, mi padre no tardó en encontrar una mujer y traerla a nuestra casa. No me quiso nunca. En una moneda, mi madre hubiera sido cara y aquella era la cruz, mi cruz de la infancia. Mi padre me dijo un día que no era mala; pero que la naturaleza de las hembras, les impedía querer a los hijos que otras hubieran tenido con su hombre.

Relató que se fue muy joven del hogar. Aunque su padre intentó por todos los medios, convencerle para que se quedara con él. Rebozaba orgullo cuando nos dijo:

“Es que yo era su único varón ¿saben? A pesar de todo, me embarqué y marché. A conocer el mundo. Aunque estuve lejos de la casa, mientras me mantuve en la mar, me sentí cerca de los míos. Hasta que me fui tierra adentro. Hasta entonces, no comprendí que me había ido para no volver ¡tan lejos y solo!

Y nos dijo que comenzó a sentir soledad y necesidad de algo así como el hogar de su infancia…

SOLEDAD

Mi otra amiga,
soledad,

la interna;
también estaba aquí,

esperándome,
abrazando mi silencio.
Ojos cerrados y te veo,
presencia intocable,
pero plácida.
Percibo sonidos,
susurros de aliento,
que mitigan el tiempo,
a quien pertenecen
los momentos del día.
(Autoría y gentileza ofrecida por: Duarte -gracias amigo-)

“Después de mucho recorrido, de engaños y desengaños”, dijo: “Busqué el amor de verdad. Me enamoré. O me cegué… Nos casamos y tuvimos una hija. Ni ella ni yo, supimos lo que teníamos en nuestras manos hasta que se nos resbaló de ellas. Nuestro pequeño tesoro voló a un lugar mejor. Después, ninguno fue capaz de aceptar su parte de responsabilidad y nos echábamos en cara lo peor… A ella le dio por ir con otros hombres, a mí por la bebida y las putas. Un día casi la estrangulo. Veía en ella al mismísimo demonio. No me daba cuenta que era a mí mismo a quien estaba viendo y quería matar…



“Huí, creía que de ella, pero realmente era de mí. Volví a mi vida anterior, volví a ser un vagabundo, pero esta vez sin ilusión, ya solo trabajaba lo justo para coger algo de dinero y luego bebérmelo.”

“Pasaron años así, matándome lentamente… Un día, mi sino quiso que cambiara mi suerte. Me encontró un buen hombre, era un señor... Un par de granujas, le habían robado y encima se divertían pateándole. Al verlos, caí sobre ellos y no tardé en dejarles listos para prenderlos.”

“Él, después se ocupó de mí, comprendió que estaba mal. Venía a verme de vez en cuando, a hablar. Y yo le fui contando alguna cosa. No quiso que siguiera con la vida que llevaba. Un día dijo que yo me iba con él, a su casa. Que tenía trabajo de confianza para mí.”



“-Y me fui…
A las afueras de su gran caserón, había una casita. -En tiempos, fue la casa del guarda. Ahora es tu casa, amigo Juan- Me dijo-“

“Cuando me dejó solo, me eché a llorar… Y llorando estaba aún, cuando volvió al rato. De su mano, traía a una niña de unos seis años. –Esta es mi niña, Juan. Teresita se llama. Mírala bien. Te encargo que no la pierdas de vista nunca ¡has de ser su sombra, entiendes! Es muy traviesa y siempre anda como una cabrilla sin miedo, de monte en monte. No hay quien la controle y temo por ella…- La niña me miraba entre curiosa y divertida, por todo lo que su papá me decía.”

“Al mirarla, recordé a mi princesa, a mi niña… Así, aquél día, di gracias a Dios por la oportunidad que me ofrecía. Prometí ser el perro guardián de Teresita. Pero, eso, no entraba en los planes de ella, porque ella, lejos de ese designio, decidió que yo fuera su castillo… Castillo en el que refugiarse, un castillo defensor, donde ocultarse a veces, incluso… y, tanto interés y amor me puso Teresita, que con el tiempo, aquél que se sintió deudor y salvador, con … el bondadoso señor, acabó celando y pensando locuras de Juan, un servidor. Y esas locuras se convirtieron en acusaciones que acabaron, nuevamente, con la fortaleza del castillo. Acabé con más de un hueso roto, y preso.”

Cuando lo soltaron contó:

“Otra vez, volví por mal camino, hasta que ustedes me encontraron y dieron lo único valioso que todo hombre necesita: respeto y cariño”

En su lecho de muerte Castillo murmuraba:

“el hombre iba como una sombra por el mundo, de pesadilla en pesadilla. Hasta caer un día, dichoso día; ante estas puertas desde donde parto en paz hacia el paraíso, gracias amigos."

"El hombre necesita de los demás” Siempre decía eso

El buen Castillo, aunque no lo sabía: NUNCA SE DIO POR VENCIDO, siempre intentó darse a otros.
Y era feliz recibiendo de ellos.

Siempre tarareaba una hermosa canción mientras trabajaba. Decía que le recordaba a su hija, que como él, tenía los ojos azules…

“Más azules que el terciopelo eran sus ojos
Más calidas que Mayo eran sus miradas”

“A través de los años
puedo aún ver el terciopelo azul
A través de mis lágrimas”